Conflictos bélicos y su repercusión en los recursos turísticos

Una escena de la película La excavación (2021), ambientada en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, me hizo reflexionar. Concretamente, unos soldados tapaban una estatua con sacos para evitar que se deteriore y desde entonces no pude parar de pensar en todos los conflictos bélicos y las consecuencias que sufren los recursos histórico-artísticos que ahora son aclamados atractivos turísticos.

Investigando he descubierto que la técnica de tapar los monumentos con sacos llenos de arena (o ladrillos) era una de las maneras de protegerlos más utilizadas. Aunque no la única.

Durante los conflictos armados se llevaron a cabo todo tipo de esfuerzos por parte de nuestros antepasados para mantener el patrimonio histórico-cultural. A continuación os dejo diferentes medidas de preservación de monumentos y estatuas, en estos y otros momentos de la historia.

Guerra Civil Española

Eran comunes las construcciones de sacos de arenas alrededor de esculturas o fuentes como la de la Cibeles. También se tuvieron que trasladar las pinturas del Museo del Prado. La película española La hora de los valientes (1998) muestra la evacuación de las obras del museo del Prado durante la Guerra Civil.

I Guerra Mundial 

Se protegían monumentos, como el Colleoni, con armaduras de madera y sacos. Se trasladaron pinturas de museos a sótanos en Italia (a lugares más seguros), incluso a sitios muy alejados, como las obras venecianas que fueron trasladadas hasta el sur del país para ser guardadas. Los caballos de San Marcos, en Venecia, se retiraron de la vista al público. 

II Guerra Mundial

Al igual que en la anterior, también se protegieron recursos con armaduras y sacos. También se retiraron vidrieras de catedrales como la de Notre-Dame y se pusieron a cubierto obras del Museo del Louvre

Además se rellenaban edificios de tierra para reducir el impacto de bombas; se pintaban tejados de edificios históricos para disminuir su visibilidad; e incluso se preparaba agua al lado de los monumentos para poder sofocar el fuego en caso de incendio.

Como consecuencia de estas grandes guerras y otros desastres (e imagino que oliéndose futuros conflictos bélicos), la UNESCO celebró la Convención para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado, en 1954. En esta se llegó a un acuerdo internacional y a la aprobación del Reglamento para su amparo, que fue revisado en 1999.

A pesar de todas estas medidas, las consecuencias de las guerras son devastadoras y hay ciudades, obras o monumentos imposible de disfrutarlos a día de hoy. Con suerte, podremos ver alguna fotografía antigua en blanco y negro. Por esto es tan importante que se siga transmitiendo la historia de lo que un día existió y el porqué de su desaparición.

En mis viajes he podido estar en ciudades que han sido testigo de los estragos de las armas y que parte de sus cascos históricos están parcialmente reconstruidos o directamente se han simulado de nuevo en la ciudad como en Guernica y Varsovia. Poner un pie en estas ciudades tiene que despertar una conciencia histórica en el visitante. 

Otras ciudades, como Rótterdam, fueron directamente arrasadas, y a pesar de que su origen tangible es irrecuperable, el pasado está presente. Y a través de libros, fotos, testimonios e información turística es transmisible.

También nos podemos dirigir aún más lejos en el tiempo. Por ejemplo, la cultura azteca sufrió los estragos de los conquistadores españoles, destruyendo y saqueando templos. 

La realidad es que sigue habiendo conflictos bélicos. El pasado 2015, desaparecía el Arco del Triunfo en Palmira, con cuarenta siglos a sus espalda. Las guerras más recientes en Oriente Medio han destruido vestigios de la cultura Persa o las estatuas de Buda, Patrimonio de la Humanidad de la Ruta de la Seda. En este artículo de La Razón podéis leer más sobre estas pérdidas históricas, por las que nos invade la pena. 

Lo que quiero transmitir, lo resume perfectamente la siguiente frase. El patrimonio histórico-cultural tiene un valor en toda su dimensión, incluso en lo que “ha vivido”. Pedro Navascués, catedrático de Historia del Arte, afirma que hay que entenderlo como un ser vivo, en contra de la cosificación de la obra.

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